jueves, 4 de diciembre de 2014

¡Qué barbaridad! Acabo de entrar en este sitio y encuentro que, desde el mes de septiembre no cuelgo nada. ¡Cómo pasa el tiempo! ¡Ya estamos en diciembre! Pues bien. Que no se quede el último mes del año sin ningún aporte mío.

Es difícil atacar un asunto u otro pues son múltiples los disparates con que a diario nos obsequian periodistas y no periodistas. Es obvio que los profanos en los resortes de la lengua no son culpables de los dislates que pronuncian, pero sí los periodistas por mor de su profesión que consiste, ni más ni menos, que en usar la lengua, pues ¿qué es, si no, una información?

Un disparate generalizado a extremos de cotidianeidad, que los periodistas no vacilan en apoyar y propagar es el de poner adjetivos posesivos a los adverbios. Sí, tal cual. De repente, adverbios como delante, detrás, encima, debajo, y otros locativos por el estilo, parece como si hubieran adquirido género por arte de magia.

Expresiones como "...no te pongas detrás mío, que entonces no sales en la foto" son harto frecuentes. Es más, yo como buen observador de los hechos lingüísticos que soy, he llegado a la conclusión de que es el modo normal y habitual de hablar de los hispanohablantes que pululan por esta piel de toro.

Por si fuera poco el disparate, el "detrás" también queda feminizado por los saltimbanquis de la lengua. "Como estaba detrás mía, no la ví, y la pisé" No viene al caso qué es lo que no vio y pisó consecuentemente. Lo grave es que ya jugamos a convertir una parte invariable de la oración como el adverbio, en variable. Es un hecho científicamente probado que en épocas de poca lectura y mucho parloteo, las lenguas evolucionan según reglas fijas. Sirva como demostración de lo dicho, el gran abanico de lenguas romances que se formaron por la corrupción del latín, ¡ojo! no estoy estoy hablando del latín de Cicerón, ni siquiera del de Julio César, más sobrio y parco que el de aquél, sino del bajo latín, el que hablaba el vulgo en el foro, en los mercados, el de los legionarios, etc.

"Y entonces vi que un avión pasaba por encima mía..." quien así habla, seguro que cuando se trata de "debajo" dirá "debajo mío", por el solo hecho de que encima acaba en "a", lo que automáticamente lo convierte en femenino y "debajo" acaba en "o", terminación típicamente masculina. 

Está claro que mientras los periodistas, publicistas, y demás parroquia que trabaja con la lengua no pongan algo de interés en propagar modelos correctos de lengua, esto seguirá cada vez peor. De poco sirve que un maestro se esfuerce, cuando le toque, en presentar modelos correctos, si luego los niños, al salir de la escuela, se ven rodeados de dislates por doquier.

¡Ah! ¿Que cuál es la manera correcta? ¡Uy! Casi se me olvida. Pues muy sencillo: "Detrás de ti tienes el libro que estás buscando"  "Por encima de mí pasó una bandada de estorninos" "Dentro de sí, sintió un gran remordimiento" ¿A que no es tan difícil? ¡Pues venga, a probar, que es gratis!

domingo, 7 de septiembre de 2014

Sobre la envergadura

En defensa de mi lengua

Repetidamente se oye en los medios de comunicación -en realidad vengo oyéndolo desde donde mi memoria alcanza-, utilizar la palabra envergadura como sinónimo de tamaño, especialmente cuando el tamaño es grande.

La última vez que la oí -que no la escuché- fue en la TV (¡cómo no!) refiriéndose a un buque. Creo que hablaban de que la capacidad de cierto puerto era apta para barcos de tal envergadura.

Así no es infrecuente oír expresiones tales como:

- Los barcos de la regata eran todos de gran envergadura.
- A la puerta había un "gorila" de una envergadura enorme que dejaba pasar a quien le parecía.
- El albatros es el ave de mayor envergadura que se conoce.

De estas tres sentencias, la única correcta es la última. ¿Por qué es esto así?

Bien, ocurre que la envergadura de algo puede corresponder a varias acepciones, pero ninguna de ellas es tamaño.

El significado más corriente de esta palabra es la distancia que media entre los extremos de las alas de un ave cuando las tiene extendidas, generalmente volando. En contra de lo que establece la RAE esta debería ser la primera acepción y no la quinta. La RAE establece como primera acepción lo mismo, pero referido a un avión y está claro que antes hubo aves que aviones. También, por extensión o similitud, la distancia entre los extremos de los brazos extendidos en cruz de una persona. Otros significados son términos marineros de escaso uso y otras acepciones no las he visto usadas jamás -y he leído un rato desde que aprendí hasta ahora. Pero desde luego, el tamaño no es ninguna de ellas.

¿Y qué hacemos de los barcos? Pues bien, las tres medidas más corrientes de un barco, las que siempre usan los que hablan y escriben con propiedad, son estas tres:

Eslora:  es la distancia tomada sobre la cubierta pricipal que media entre la proa y la popa por la parte de dentro. O de popa a proa, no tengo antojos.
Manga: es la medida de la parte más ancha de la nave.
Calado: es la parte sumergida del casco de ésta. Medida variable y que depende de la carga del barco. Para no marear la perdiz se menciona la de la botadura.

Generalmente, cuando queremos hacer notar el gran tamaño de un barco solemos decir que la nave mide tantos metros de eslora o que es de gran calado. Pero nunca, nunca, que es de tal o cual envergadura. A ver si nuestros periodistas se enteran de una vez.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Sobre la tolerancia

En defensa de mi lengua

Pareciera que los inventores de disparates lingüísticos no tienen vacaciones nunca. Ejercen sus tonterías día y noche. Con bastante éxito, por cierto, porque al poco tiempo toda una legión de comunicadores las repite cual pléyade de papagayos sin capacidad de reflexión sobre el absurdo que están diciendo.

En esta ocasión debo centrar la atención sobre la famosa "tolerancia cero" No paramos de oír que ante las agresiones machistas hay que tener tolerancia cero. También ante los pederastas hay que tener tolerancia cero. De tal grado de tolerancia no se escapan ni los políticos corruptos ante los que es preciso demostrar tolerancia cero. Naturalmente, ante los errores médicos también hay que exhibir tolerancia cero.

Son tantos los aspectos de la vida diaria frente a los que hay que presentar una tolerancia cero, que ya me pregunto si no nos estaremos volviendo demasiado extremistas, ya que no otorgamos el grado uno a nada; ya no hablemos del grado dos.

Pero yendo al fondo del asunto: ¿es que alguien alguna vez se ha parado a establecer una gradación de la tolerancia? ¿Es que alguien sabe hasta qué grado va la escala de la tolerancia? Si hay que tener tolerancia cero hacia lo absolutamente intolerable, ¿hasta dónde llega la máxima tolerancia? ¿Hasta el cinco? ¿Hasta el diez? 

Está claro que el tinglado se cae como un castillo de naipes en cuanto nos hacemos estas preguntas. De repente, por obra y gracia de los saltimbanquis de la lengua, de ser un país famoso por su tolerancia, lo que nos acarrea el cachondeo del resto de Europa, dicho sea de paso, estamos pasando a ser una sociedad que pide a voz en grito tolerancia cero ante cualquier barrabasada de nuestros compatriotas.

Nos nos vendría nada mal recuperar la cordura y en lugar de la estupidez supina de la tolerancia cero pidamos simplemente, nada más y nada menos que justicia. Porque resulta que nuestro corpus legislativo, en líneas generales, funcionaria mejor si los encargados de la cosa pusieran más medios al servicio de jueces y magistrados.

He dicho.


sábado, 30 de agosto de 2014

En defensa de mi lengua

Hace ya mucho tiempo escribí una entrada en este mismo blog sobre el uso no reflexivo del verbo entrenar. Dije, con muy buen criterio, que uno a sí mismo no entrena, sino que se entrena. Sigue siendo habitual oír a periodistas deportivos así como a deportistas tanto profesionales como aficionados expresiones de estos quilates:
- ¿Vas a entrenar mañana con tu equipo?
- Sí, claro, me han dicho los médicos que me han visto que ya puedo entrenar perfectamente.
Han perdido de vista estos nuevos Cervantes, que el verbo entrenar es transitivo, por lo que siempre debemos decir a quién entrenamos. 

El monitor de un equipo infantil entrena a un equipo de niños. Pero si es el monitor el que decide una sesión de entramiento para sí mismo, entonces debemos decir que se entrena.

El mismo dislate lo aplican al verbo calentar. Este verbo, al igual que entrenar, es transitivo por lo que siempre debemos decir qué cosa o a quién calentamos. Ya intuyo alguna sonrisa malévola con lo que acabo de decir, porque más sabe el diablo por viejo que por diablo, pero ciñámonos al sentido más corriente de calentar que es el de aplicar calor sobre algo o alguien o bien conseguir que algo suba la temperatura. Por lo tanto si yo utilizo el verbo calentar, a continuación debo decir qué o a quién voy a calentar. Si yo decido iniciar una sesión de ejercicio físico, debo preparar antes mis músculos para tal esfuerzo. Es a esta preparación a la que corrientemente se la llama calentamiento. Así pues, debo decir que voy a calentar mis músculos, o que los jugadores del equipo ya se están calentando los músculos.Pero nunca que voy a calentar o que los jugadores ya están calentando.

Ignoro de dónde ha surgido la costrumbre, la mala costumbre, de evitar el pronombre se cuando de la forma reflexiva de un verbo transitivo se trata, pero sin duda ha sido de gentes que conocen su lengua de la escuela primaria nada más y además con unas dosis de esnobismo que los pierden.

Pero ya estamos empezando a rizar el rizo ¿pues no oí el otro día decir a un deportista que el entreno había salido bien?

El muy majadero ha combinado estreno y entrenamiento y le ha salido el híbrido entreno.

Entreno: primera persona del singular del presente de indicativo del verbo entrenar. Punto. La acción y el efecto de entrenar es entrenamiento y no entreno por muchas vueltas que le demos.

Pero hete aquí que ya está prendiendo el nuevo disparate y a no tardar mucho oiremos perlas de semejante oriente: - En el entreno de hoy he entrenado hasta agotarme.
¡Señor! ¡Qué cruz!

miércoles, 6 de agosto de 2014

En defensa de mi lengua

Como ya sabrán los habituales lectores de este blog, mi cruzada imposible va principalmente contra el mal uso que los periodistas hacen habitualmente de su propia lengua. Alguien podrá argüir que los periodistas extranjeros también caen en el mismo vicio, especialmente los franceses y no digamos los italianos que, sin duda, se llevan la palma. A este argumento, del que no tengo nada que decir porque es cierto, tengo que replicar que francamente, queridos, me importa un bledo. A mí lo que me preocupa es el desastre en que los periodistas españoles están convirtiendo nuestra lengua, y más que nada, porque con su ejemplo, entorpecen y confunden el aprendizaje de los más pequeños.

Hace un rato estaba yo oyendo casualmente la radio -ojo, he dicho oyendo y no escuchando- cuando va el locutor de turno, al que debo suponerle estudios de periodismo, y espeta por el éter: "vamos a ver qué quieren ser los niños de mayor". El bofetón que sentí en los oídos fue tal, que horas después todavía recuerdo la frase.

Lo malo es que no es infrecuente el gazapo. Otro adjetivo que parece haber perdido su número plural en la lengua de los modernos periodistas hispanos es "feliz". Es fácil leer u oír frases del estilo de "...los hombres no necesitamos tantas cosas para ser feliz".

Tanto "mayor" como "feliz" son adjetivos y esta categoría gramatical presenta variación de número y de género aunque en estos dos ejemplos, precisamente, de género, no. Esto exige una concordancia con el nombre al que acompañan, de tal suerte que, si este sustantivo está en plural, el adjetivo debe ir en plural. Por ello, la frase del locutor debió ser: "vamos a ver qué quieren ser los niños de mayores" o "vamos que quieren ser los niños cuando sean mayores".

Todos estos dislates son índice de un hecho que, al menos a mí, me resulta muy preocupante: el del progresivo deterioro de la precisión lingüística motivado, sin duda, por un retroceso creciente del hábito lector, aún entre aquellos que emplean la lengua como su principal herramienta de trabajo. ¿Tendrán la culpa las nuevas tecnologías? No necesariamente, pero no vendría de más hacer el estudio pertinente.






jueves, 17 de julio de 2014

En defensa de mi lengua

Una de las facetas de nuestra lengua que más confunde a los extranjeros que quieren aprenderla, especialmente a los del mundo anglosajón, es el orden de las palabras dentro de una frase o proposición. A diferencia de la lengua de Shakespeare en la que el orden en que las proposiciones y los complementos se encadenan en una oración es bastante rígido, en la nuestra, sin embargo, la libertad es mayor, pero claro, como todo en la vida, todo esto tiene un límite. Sirva como ejemplo esta fotografía que no me resistí a tomar cierto día que me encontraba en el colegio hojeando y ojeando el periódico del día. (Ya estaba jubilado, a ver si alguien va a entender lo que no es).


 
Nada que objetar acerca de la muchacha ya que su belleza, donosura y poderío quedan fuera de toda discusión porque la realidad abofetea las pupilas con desparpajo. Sin embargo, someto a la consideración del lector el pie de foto, en que el orden de las proposiciones ha sido alterado de tal manera que el periodista dice lo que no quiere decir, y lo que quiere decir, no lo dice. Veamos las dos posibilidades de pie de foto, empleando las mismas palabras pero cambiando el orden.
1) Rocío Barba estrena este espectacular traje rojo, que resalta su piel morena, regalo de su abuela.
Esto es lo que reza el pie de foto, en el que, sin duda, el periodista lo que quiso decir fue que el traje rojo se lo regaló a la zagala su abuela de ella. Pero según el orden de las proposiciones lo que ha dicho es que la piel morena de la muchacha es un regalo de su abuela.

2) Rocío Barba estrena este espectacular traje rojo, regalo de su abuela, que resalta su piel morena.
En este caso queda más claro que es el traje el objeto regalado por la abuela.

Si utilizamos un mayor surtido de palabras, las posibilidades se multiplican.

En otro orden de cosas, ignoro que es para el periodista una piel morena, porque, a menos que el fotógrafo haya metido la pata con el balance de blancos (doy por supuesto que en estos tiempos ya todos los periodistas gráficos utilizan cámaras digitales) la piel de la muchacha luce tan blanca como la mía. No es nada malo que el tono de piel de la muchacha sea blanco lácteo, lo que es malo es que el periodista, aparte de desconocer los más elementales resortes de su lengua, se ciña a los tópicos (traje de faralaes, llamado "de gitana" por el común de las gentes, cosa que no entiendo porque jamás he visto a una gitana vestida de aquesta guisa, acompañado de unos ojazos negros, enmarcados por una piel morenaza, etc. Todo muy en la línea de Julio Romero de Torres)

Y en este momento, recuerdo ese refrán castellano que dice: "Si el cura va a peces, ¿qué harán los feligreses?" Los que sigan habitualmente este blog, ya sabrán qué he querido decir.


miércoles, 4 de junio de 2014

En defensa de mi lengua

Desde los tiempos antiguos, los artistas de la pintura y algunos de la escultura, especialmente los romanos, han sido dados a plasmar en sus obras figuras humanas. Cuando la obra tenía por modelo a una persona concreta y conocida, a la obra se la llamaba retrato. Sin recurrir a gentes de fuera de nuestras fronteras, nuestro arte cuenta con genios de talla universal. Grandes retratistas fueron Velázquez y Goya, por poner dos ejemplos nuestros.

Cuando el artista, en una pirueta de rizar el rizo, se pintaba a sí mismo, entonces la obra recibía el nombre de autoretrato. Hablando de Velázquez, su obra Las Meninas es, entre otras cosas, un genial autoretrato. En efecto: en la parte izquierda del lienzo, en un plano medio y con luz algo apagada con relación al centro del cuadro, podemos ver al pintor vestido con el hábito de Caballero de Santiago. Se pintó a sí mismo haciendo como que pintaba a la pareja real (aconsejo la contemplación cuidadosa del cuadro porque es una obra revolucionaria de la pintura universal).
Pues bien, tenemos que la obra pictórica o escultórica en la que se plasma la figura de un personaje conocido se llama retrato y cuando el personaje conocido es el propio artista, entonces recibe el nombre de autoretrato.

Con el advenimiento de la fotografía, todos los usos y costumbres de la pintura fueron incorporados al nuevo arte. Así pues, toda fotografía en que figure una persona conocida o no conocida, pero en cualquier caso, intencionadamente captada, recibe el nombre de retrato -en inglés, portrait- y cuando es el propio fotógrafo el objeto del retrato lo llamamos atoretrato -en inglés, self-portrait-.

Pero hete aquí que los saltimbanquis de la lengua recientemente han caído en el ya viejo vicio de utilizar palabras inglesas cuando tenemos en español recursos suficientes para tal fin. Últimamente vengo viendo con gran asiduidad la palabra selfie que, debo admitir, me pilló por sorpresa porque no acababa yo de pillarle el significado. Que si selfie por aquí, que si selfie por allá y yo in albis. Entonces hice lo que haría cualquiera. A pesar de que no me sonaba a español sino más bien a inglés, la busqué en el diccionario de la R.A.E. donde, lógicamente, no apareció. Mis sospechas confirmadas, me precipito al Collins, donde tampoco aparece. Entonces, ya temiendo lo peor, la busco en el de inglés monolingüe... y ahí me la encuentro con la advertencia, junto a la entrada, de que es una palabra slang, es decir, de jerga, lo que la aleja de los cauces normales de la lengua inglesa. ¿Y qué me cuentan? Pues que es un autoretrato fotográfico realizado sin trípode, o sea, a puro pulso. En resumen, un autoretrato, o se se quiere, una autofoto. De toda la vida, vaya. Total, que para este viaje no necesitábamos alforjas.
Es cierto que las lenguas suelen tener permeabilidades de unas a otras, importaciones y exportaciones de vocablos. Pero cuando una de ellas, la importadora, carece de tal concepto en su propio acervo. Tomemos por ejemplo la palabra robot. O la muy conocida escopeta que ya figuraba en la obra de Bernal Díaz del Castillo Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, sobre la Conquista de México, donde lo que hoy conocemos como arcabuz es llamado escopeta por los soldados españoles, y aquellos que las portaban, escopeteros. Puesto que la palabra es de procedencia italiana, es fácil que su importación se produjera por los propios soldados españoles de los tercios del Gran Capitán cuando conquistaron el reino de Nápoles para la Corona de Aragón, época en que ya empezaban a desarrollarse las armas de fuego portátiles.
Dejando a un lado casos así, toda importación es superflua, innecesaria, pedante. Una fatua presunción de manejo de lenguas extranjeras cuando en realidad no se conoce ni la propia. Y en estas andamos...



sábado, 10 de mayo de 2014

En defensa de mi lengua

Cuando los emperadores romanos tomaban las riendas del poder, entre los numerosos títulos que adquirían estaban los de  Imperator y Pontifex Maximus. Hay que tener en cuenta que el título de Imperator no tenía el significado que hoy le damos a Emperador, sino que significaba Comandante en Jefe de todo el ejército romano. De hecho, los emperadores romanos no tenían nada que ver con los emperadores de la Edad Media o de la Edad Moderna, y esto fue así, hasta el punto de que hubiera sido posible para los romanos volver al régimen republicano en cualquier momento. El emperador Claudio, el anterior a Nerón, era un ferviente republicano pero tuvo que aceptar el cargo porque si no, la Guardia Pretoriana lo habría hecho picadillo. En lo que toca a Pontifex Maximus, significaba exactamente lo que parece: Sumo Pontífice, título que heredaron después los Papas católicos. En efecto, al subir al cargo, se convertían en el sacerdote supremo de la religión romana. Pero note el estimado lector, que el título es Pontífice y el adjetivo relativo a él es pontificio. Si hablamos del Papa, debemos decir el Pontífice, pero nunca el pontificio.

Todo este preámbulo se debe a que en fechas recientes el presidente Rajoy mantuvo una audiencia con el Papa. De qué hablaron no tengo ni idea, pero debieron de estar parloteando bastante rato porque la chica que comentaba la noticia soltó: "...ningún jefe de Estado había estado tanto tiempo hablando con el pontificio". Puesto que, como hemos visto, pontificio es adjetivo, no puede ser usado como nombre. Pontificio podría decirse del Estado Vaticano, o de los antiguos Estados Pontificios. Bien, seguimos con la tónica habitual. Malas velas nos alumbran si una periodista, que trabaja con la lengua, confunde un adjetivo con un sustantivo, o utiliza un adjetivo cuando debiera hacerlo con un sustantivo. Así nos va.

martes, 29 de abril de 2014

En defensa de mi lengua

Como siempre, los medios de comunicación de masas y esta vez, también, le toca a la TV. Hay ciertamente, desde mi punto de vista, programas que son útiles por lo educativos. Una de las grandes virtudes de la TV, que queda siempre empañada por toda la basura que es promocionada por la pequeña pantalla. Entre estos programas están los documentales, especialmente los relativos a la Naturaleza. 

Cierto día me encontraba viendo uno de estos documentales -éste dedicado a los caimanes-, cuando el narrador, en un momento determinado, dice: "...este lagarto se retiró a los manglares y sacarle de allí no fue tarea fácil."

Desde siempre, quiero decir hasta donde mi memoria alcanza, oigo reiteradamente errores de este jaez. La confusión entre los pronombres le, les, la, las, y a veces, hasta lo es muy corriente en España, especialmente en Madrid y alrededores, y menos frecuente en Hispanoamérica. Seguramente debido a la influencia del español de América, la R.A.E. no se ha bajado los pantalones una vez más. Veamos, por qué esta expresión es un error. 

El pronombre le y su correlato plural les debe ir siempre en función de complemento indirecto, ya sea el sustantivo masculino o femenino, restos del caso dativo latino. Mientras que los femeninos la y las junto con el neutro lo reservado para sustantivos masculinos, forman parte del complemento directo, restos del caso acusativo latino. Pero como esto puede sonar a jerga, voy a poner ejemplos descriptivos que faciliten la comprensión.

En el caso del lagarto que nos ocupa, el narrador debería haber dicho "...este lagarto se retiró a los manglares y sacarlo de allí no fue tarea fácil."  En efecto, en este caso, el complemento directo de sacar es lo que equivale a lagarto.

O en el caso de ese malnacido violador cuando el narrador dice que el sujeto "...las tapaba la boca" cuando debería decir que "...les tapaba la boca" porque el complemento directo es boca y no las víctimas, que son el indirecto.

Hay un truco para saber con gran aproximación cuáles son los complementos directos e indirectos y es preguntar al verbo ¿qué cosa? o ¿quién? para el directo, o ¿a quién? ¿a quienes? ¿a qué? para el indirecto.

En la extraordinaria novela de Camilo José Cela, La Colmena, podemos leer: "...Al niño que cantaba flamenco le arreó una coz una golfa borracha." Si preguntamos al verbo arrear ¿a quién? la respuesta es al niño, es decir, el complemento indirecto; mientras que si le preguntamos ¿qué cosa? tenemos por respuesta una coz, que es el complemento directo. Por eso el le está muy bien utilizado, porque ese le se refiere al niño.

Son muchísimos los casos de laísmo, leísmo y loísmo que podemos encontrar a poco que nos fijemos. Pero admito que el hablante que tiene el hábito ya adquirido no va a cambiarlo en un pispás.

lunes, 28 de abril de 2014

En defensa de mi lengua

Estaba yo sumergido en el feo vicio de ver la TV mientras desayuno. Esta vez se trataba de un programa que versa sobre temas de la más candente actualidad, incluyendo la política, cuando le toca el turno a la crónica de la detención de una banda chapucera de esas que se dedican a hacer secuestros a gente que no puede pagar rescates. El periodista, siguiendo la tónica que viene arrastrándose desde hace unos veinte años, tal vez más, va y dice "...un hombre encapuchado le obliga a punta de pistola..." las negritas son mías, claro.
Como no me gusta hablar a humo de pajas, me precipité sobre el ordenador, abrí la página de Google, y tecleé impaciente "pistolas" bajo la pestaña de imágenes. Yo, que antes de mis cinco años ya había tenido en la mano una pistola -estoy hablando de una de las de verdad, vaya, de las que escupen plomo- no recordaba que las pistolas tuvieran punta por parte alguna, pero como hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, nunca se sabe, quizá en los tiempos que corren les hubieran puesto una punta electrostática o sabe Dios qué virguería al más puro estilo James Bond. Pero no, las pistolas seguían, siguen, siendo como yo las recordaba.
Lo de amenazar a alguien a punta de pistola es moneda de uso corriente en la moderna lengua periodística. Y no acabo de comprender el disparate cuando hay otras formas de decir lo mismo sin meter la pata. Así, a vuela pluma, se me ocurren expresiones como: 
...un hombre encapuchado le obliga encañonándolo con una pistola.
...un hombre encapuchado le obliga amenazándolo con una pistola.
...un hombre encapuchado, bajo la amenaza de una pistola, le obliga a...
En fin, que hay formas de decir las más variadas historias sin caer en el absurdo de confundir una pistola con una navaja, porque eso sí que tiene punta, ¡caray! y la mía bien afilada. Y hay atracadores que ejercen su oficio a punta de navaja, imagino que es porque su escaso pecunio no les permite la adquisición de un arma de fuego. En los años 80 se pusieron de moda los atracos a punta de navaja, eran los tiempos en que los pollos pera se chutaban lo primero que el camello de turno les servía, aunque fueran polvos de talco. O se colocaban inhalando los humos del hachís, o de esa otra hierba por cuya carencia La Cucaracha no podía caminar y como el presupuesto paterno no daba para tanto, tenían que procurarse el costo por vía de atraco.
¡Ah! El por qué a edad tan tierna este servidor de ustedes ya había tenido en la mano una pistola, es una larga historia que no es momento ni lugar para narrar.

domingo, 20 de abril de 2014

Sobre el uso engañoso de la lengua

Una obra de teatro, La Zorra Y Las Uvas, del brasileño Guilherme Figueiredo, obra cuya lectura o contemplación en el teatro recomiendo, al hablar de la lengua, dice que es lo mejor y lo peor que se puede encontrar en el mercado. Esto viene a cuento de que a Esopo, esclavo en casa de un hombre pudiente, su amo lo manda al mercado para que compre lo mejor que encuentre. Entonces le trae una lengua. Y le da las razones suficientes para que acepte que la lengua es lo mejor que pudo encontrar en el mercado. Luego lo manda para que le traiga lo peor que encuentre; vuelve a traerle una lengua, y una vez más le da las razones suficientes para que su amo entienda que la lengua es lo peor que pudo encontrar. Entre estas razones está la de la mentira. Efectivamente, con la lengua se miente. Y una de las actividades humanas en que la mentira puede alcanzar tintes de obra de arte es la publicidad.
Estaba yo una de esas noches en que te quedas mirando la TV y pasas del sofá directamente a los brazos de Morfeo, y al cabo de un rato te despiertas y te encuentras con uno de esos reportajes-anuncios de increíbles aparatos que hacen aunténticas proezas a un precio supuestamente ridículo. Pues sí, una de esas noches me pasó despertarme cuando lo que me interesaba ver ya se había pasado y me encontré en la pantalla la publicidad de una especie de mopa que escupe vapor como una locomotora.
Entre las virtudes de tal maravilla tecnológica está la de limpiar con el vapor que sale a 200º, supongo que Celsius. A ver. El aparato está hecho de plástico. Imagino que es un plástico resistente al calor, pero no estoy seguro de que pueda resistir una presión de 15 atmósferas necesarias para que el agua llegue a 200º. La duda me surge porque mi compresor de aire, que es metálico, alcanza las ocho atmósferas de presión. Pongamos esta aseveración en cuarentena concediéndole el beneficio de la duda. Pero desde luego cuando la metira es evidente, palmaria y descarada es cuando la voz que te come el tarro te dice que "...con la luz negra podrás ver gérmenes y bacterias." La palabra germen, usada en este contexto, tiene el significado de microorganismo patógeno. Veamos, microorganismo, es decir, que sólo puede ser visto al microscopio y patógeno, que produce o provoca enfermedades. Según esto, las bacterias son microorganismos patógenos, luego decir bacterias y gérmenes es una redundancia. Redundancia, no mentira. La mentira está en decir que puedes verlos con luz negra, porque si son invisibles a simple vista por su reducido tamaño, ya puedes iluminarlos con la luz que te dé la gana, negra, ultravioleta o la que quieras; como no uses un microscopio no vas a ver nada de eso. Lo que sí verás es la suciedad que pueda contener toda esa fauna y flora. Y digo yo, ¿por qué nuestros parlamentarios no legislan en contra de cualquier anuncio que busque su efectividad sobre la base de la mentira? Y si ya lo hubieran hecho, ¿por qué no se aplica la ley?

martes, 15 de abril de 2014

En defensa de mi lengua

Unos trabajos de mantenimiento de mi casa me han tenido tan ocupado que he roto el ritmo de una entrada al mes como mínimo en mi blog. No obstante, tengo munición suficiente para continuar con mi tarea de león rugiente en el desierto. Por mí, que no quede.
Sigo pues con mi cruzada en pro de un periodismo libre, independiente y, sobre todo, que haga un buen uso de su principal herramienta de trabajo: nuestra lengua común.
Es lamentable que el inglés se castellanice, lo mismo que es lamentable que el castellano se britanice o anglicanice. En ambas cosas parecen ser grandes expertos nuestros modernos periodistas. En los días que corren, que no a dia de hoy, es frecuente oír y leer que tal o cual empresa esponsoriza a tal o cual equipo de fútbol, baloncesto, o cualquier otro deporte.
Debo precisar que el verbo esponsorizar no existe en nuestra lengua. Es una castellanización del sponsor inglés, que puede ser tanto verbo como nombre. Siguiendo con la lógica de nuestros periodistas tan conocedores del inglés y tan desconocedores de su propia lengua, quien esponsoriza es, claro está, el esponsor, que en inglés se escribe sin la e protética que le metemos al castellanizarlo, tal y como he reflejado más arriba. Fíjese el avezado lector que estas líneas lee la próxima vez que se ponga frente a las noticias deportivas y verá que ya casí nadie patrocina a nadie sino que lo que ahora se hace es esponsorizar. Debe de resultarles más moderno, más in, más cool... ¡Dios, cuánta gilipollez!
Es cierto que en nuestra lengua podría decirse así, toda vez que la voz inglesa coincide al cien por cien con la latina, una de las lenguas madres de la nuestra. Pero hete aquí que los hispanohablantes, por la razón que fuere han preferido que el patrocinador sea la persona o institución que patrocine, es decir, que ejerza su patrocinio, su apoyo, su protección sobre una determinada persona, asociación social, equipo deportivo, etc.
Me pregunto cuándo llegará el día en que los periodistas, profesionales dignísimos, se dignifiquen más aún usando adecuadamente su propia lengua, que, al fin y al cabo, es su pricipal herramienta de trabajo.

domingo, 16 de febrero de 2014

En defensa de mi lengua

Una de las grandes ventajas de vivir en libertad es la de gozar de la libertad de expresión. Cuando yo empecé mi andadura como docente corrían tiempos de cambios, de efervescencias políticas, de inquietudes pedagógicas, de disparates sin cuento que se proferían de labios afuera con una candidez enternecedora. Recuerdo que en una de las innúmeras reuniones que manteníamos en aquellos tiempos ricos de esperanzas que luego fueron frustradas, una compañera, inflamada por los aires de libertad que soplaban como el simún, dijo que: "los niños deben escribir como les salga". Puesto que la escritura es una habilidad perfectible, ignoro cómo podría mejorar un niño su escritura si no se le corrigiese, si se le pasasen por alto la deficiente grafía, las faltas ortograficas más que seguras, la horizontalidad caída de las líneas, si borrásemos la palabra caligrafía de su diccionario. Pero a aquella nueva Juana de Arco, todo eso la traía sin cuidado.

Pues yendo al grano del asunto, el lamento con que empecé la entrada de hoy tiene el siguiente origen:  Estaba yo buscando en ese famoso almacén del sistema Android llamado Google Play un programilla para mi móvil. Como todos los que se encuentren en esta situación sabrán, el programa aparece en la pantalla, y también pueden verse comentarios varios sobre éste que los usuarios escriben para que quede constancia de sus opiniones. En esta tarea estaba, es decir, viendo las opiniones de otros usuarios -acción recomendable para no llamarse a engaño-, cuando casi se me nublan las córneas con estas dos perlas:

 "... me parece bueno pero haces falta mas canales pero d todo lode mas bien"
"es muy buena e provado mas de 10 y esta me a paresidp la mejor"

Este es el resultado al que nos han conducido todos esos deseos de libertad, ese "educar en libertad" mal entendido, ese desprecio a la obra bien hecha, ese no corregir al niño no sea que le provoquemos traumas sin cuento. Gaudeamus tibi Domine.

jueves, 16 de enero de 2014

EN DEFENSA DE MI LENGUA

Cuando yo era pequeño -sí, claro, yo también fui pequeño alguna vez- me enseñaron que la materia podía presentarse en tres estados: sólido, líquido y gaseoso. Cada  uno de estos estados tiene sus propiedades que lo diferencian de los otros. Así, por ejemplo, el sólido tiene como características más notables la no compresibilidad y la conservación de la forma, amén de una cierta dureza que varía de acuerdo a una escala. Es el estado con más alto grado de fuerza de cohesión molecular. Entre los sólidos tenemos los metales, exceptuando el mercurio que es el único metal líquido a temperatura ordinaria. Andando el tiempo, y a través de los avances científicos, vine a enterarme de que hay además otros estados, como el de gel -nada que ver con el de ducharse-. Así pues, el oro, la plata, el acero, etc. entran en el mundo de la materia sólida. ¿A santo de qué viene todo este repaso de clase de ciencias? se estará preguntando alguno. Pues bien, viene a santo de que desde hace un tiempo, no mucho para estos asuntos, se puede ver y oír -que no escuchar- en los medios esos mensajes que los modernos pedantes han dado en llamar "consejos publicitarios" o simplemente "consejos" y que toda la perra vida se han conocido con el nombre de "anuncios" que nos cuentan a bombo y platillo que entre las virtudes de tal o cual objeto suntuario, como pueda ser un reloj de pulsera, está la de tener una caja de oro sólido o de acero sólido. Pleonasmo que se cae de su peso pues es como si dijésemos nieve blanca o fría. Está claro que los metales, como ya dije más arriba, son sólidos, y no quiero ni imaginarme las quemaduras que podría llevarse un chalado que quisiera ponerse una pulsera o esclava de oro líquido.

Como no puedo creerme que los publicistas se hayan vuelto de repente tan imbéciles, he descartado la posibilidad de que usen ese "sólido" como oposición a "líquido".

Así pues, mi olfato de lingüista aficionado me ha llevado, una vez más, a la hermosa lengua de Shakespeare a la que los mequetrefes de hoy en día se empeñan en castellanizar para acabar por hablar un "spanglish" insoportable que ni es inglés ni español.

Entre los muchos adjetivos del inglés está "solid" ¡Pues está claro! ¡Sólido! habrá pensado ya alguno. Sí, pero no, porque traduciendo "solid" al español tenemos varias posibilidades. Sí, una de ellas es "sólido", pero hay otras como "firme" y sobre todo, la que nos tiene cuenta para el caso, "macizo".

Y así, de repente, a los publicistas se les ha olvidado que en su propia lengua lo correcto es decir "oro macizo", no en oposición a "líquido" sino a "hueco" porque ya sabemos que el oro se puede trabajar para conseguir objetos huecos, cuyo precio es, obviamente, menor que si fueran macizos.

Todo esto viene por un defectuoso aprendizaje de la propia lengua en las escuelas, fenómeno que no puede ser achacable a los maestros, que me consta, hacen lo posible y lo imposible por que los arrapiezos conozcan su lengua. Deficiencia que se complica cuando no aprenden ni torta de inglés cuando mejor pueden hacerlo y luego en su adultez se vuelcan como locos y saturan las escuelas de idiomas... Y tenemos lo que tenemos.¿Hasta cuándo? Ni se sabe. Presiento que esto va a peor.