miércoles, 4 de junio de 2014

En defensa de mi lengua

Desde los tiempos antiguos, los artistas de la pintura y algunos de la escultura, especialmente los romanos, han sido dados a plasmar en sus obras figuras humanas. Cuando la obra tenía por modelo a una persona concreta y conocida, a la obra se la llamaba retrato. Sin recurrir a gentes de fuera de nuestras fronteras, nuestro arte cuenta con genios de talla universal. Grandes retratistas fueron Velázquez y Goya, por poner dos ejemplos nuestros.

Cuando el artista, en una pirueta de rizar el rizo, se pintaba a sí mismo, entonces la obra recibía el nombre de autoretrato. Hablando de Velázquez, su obra Las Meninas es, entre otras cosas, un genial autoretrato. En efecto: en la parte izquierda del lienzo, en un plano medio y con luz algo apagada con relación al centro del cuadro, podemos ver al pintor vestido con el hábito de Caballero de Santiago. Se pintó a sí mismo haciendo como que pintaba a la pareja real (aconsejo la contemplación cuidadosa del cuadro porque es una obra revolucionaria de la pintura universal).
Pues bien, tenemos que la obra pictórica o escultórica en la que se plasma la figura de un personaje conocido se llama retrato y cuando el personaje conocido es el propio artista, entonces recibe el nombre de autoretrato.

Con el advenimiento de la fotografía, todos los usos y costumbres de la pintura fueron incorporados al nuevo arte. Así pues, toda fotografía en que figure una persona conocida o no conocida, pero en cualquier caso, intencionadamente captada, recibe el nombre de retrato -en inglés, portrait- y cuando es el propio fotógrafo el objeto del retrato lo llamamos atoretrato -en inglés, self-portrait-.

Pero hete aquí que los saltimbanquis de la lengua recientemente han caído en el ya viejo vicio de utilizar palabras inglesas cuando tenemos en español recursos suficientes para tal fin. Últimamente vengo viendo con gran asiduidad la palabra selfie que, debo admitir, me pilló por sorpresa porque no acababa yo de pillarle el significado. Que si selfie por aquí, que si selfie por allá y yo in albis. Entonces hice lo que haría cualquiera. A pesar de que no me sonaba a español sino más bien a inglés, la busqué en el diccionario de la R.A.E. donde, lógicamente, no apareció. Mis sospechas confirmadas, me precipito al Collins, donde tampoco aparece. Entonces, ya temiendo lo peor, la busco en el de inglés monolingüe... y ahí me la encuentro con la advertencia, junto a la entrada, de que es una palabra slang, es decir, de jerga, lo que la aleja de los cauces normales de la lengua inglesa. ¿Y qué me cuentan? Pues que es un autoretrato fotográfico realizado sin trípode, o sea, a puro pulso. En resumen, un autoretrato, o se se quiere, una autofoto. De toda la vida, vaya. Total, que para este viaje no necesitábamos alforjas.
Es cierto que las lenguas suelen tener permeabilidades de unas a otras, importaciones y exportaciones de vocablos. Pero cuando una de ellas, la importadora, carece de tal concepto en su propio acervo. Tomemos por ejemplo la palabra robot. O la muy conocida escopeta que ya figuraba en la obra de Bernal Díaz del Castillo Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, sobre la Conquista de México, donde lo que hoy conocemos como arcabuz es llamado escopeta por los soldados españoles, y aquellos que las portaban, escopeteros. Puesto que la palabra es de procedencia italiana, es fácil que su importación se produjera por los propios soldados españoles de los tercios del Gran Capitán cuando conquistaron el reino de Nápoles para la Corona de Aragón, época en que ya empezaban a desarrollarse las armas de fuego portátiles.
Dejando a un lado casos así, toda importación es superflua, innecesaria, pedante. Una fatua presunción de manejo de lenguas extranjeras cuando en realidad no se conoce ni la propia. Y en estas andamos...