lunes, 28 de abril de 2014

En defensa de mi lengua

Estaba yo sumergido en el feo vicio de ver la TV mientras desayuno. Esta vez se trataba de un programa que versa sobre temas de la más candente actualidad, incluyendo la política, cuando le toca el turno a la crónica de la detención de una banda chapucera de esas que se dedican a hacer secuestros a gente que no puede pagar rescates. El periodista, siguiendo la tónica que viene arrastrándose desde hace unos veinte años, tal vez más, va y dice "...un hombre encapuchado le obliga a punta de pistola..." las negritas son mías, claro.
Como no me gusta hablar a humo de pajas, me precipité sobre el ordenador, abrí la página de Google, y tecleé impaciente "pistolas" bajo la pestaña de imágenes. Yo, que antes de mis cinco años ya había tenido en la mano una pistola -estoy hablando de una de las de verdad, vaya, de las que escupen plomo- no recordaba que las pistolas tuvieran punta por parte alguna, pero como hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, nunca se sabe, quizá en los tiempos que corren les hubieran puesto una punta electrostática o sabe Dios qué virguería al más puro estilo James Bond. Pero no, las pistolas seguían, siguen, siendo como yo las recordaba.
Lo de amenazar a alguien a punta de pistola es moneda de uso corriente en la moderna lengua periodística. Y no acabo de comprender el disparate cuando hay otras formas de decir lo mismo sin meter la pata. Así, a vuela pluma, se me ocurren expresiones como: 
...un hombre encapuchado le obliga encañonándolo con una pistola.
...un hombre encapuchado le obliga amenazándolo con una pistola.
...un hombre encapuchado, bajo la amenaza de una pistola, le obliga a...
En fin, que hay formas de decir las más variadas historias sin caer en el absurdo de confundir una pistola con una navaja, porque eso sí que tiene punta, ¡caray! y la mía bien afilada. Y hay atracadores que ejercen su oficio a punta de navaja, imagino que es porque su escaso pecunio no les permite la adquisición de un arma de fuego. En los años 80 se pusieron de moda los atracos a punta de navaja, eran los tiempos en que los pollos pera se chutaban lo primero que el camello de turno les servía, aunque fueran polvos de talco. O se colocaban inhalando los humos del hachís, o de esa otra hierba por cuya carencia La Cucaracha no podía caminar y como el presupuesto paterno no daba para tanto, tenían que procurarse el costo por vía de atraco.
¡Ah! El por qué a edad tan tierna este servidor de ustedes ya había tenido en la mano una pistola, es una larga historia que no es momento ni lugar para narrar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario