sábado, 10 de mayo de 2014

En defensa de mi lengua

Cuando los emperadores romanos tomaban las riendas del poder, entre los numerosos títulos que adquirían estaban los de  Imperator y Pontifex Maximus. Hay que tener en cuenta que el título de Imperator no tenía el significado que hoy le damos a Emperador, sino que significaba Comandante en Jefe de todo el ejército romano. De hecho, los emperadores romanos no tenían nada que ver con los emperadores de la Edad Media o de la Edad Moderna, y esto fue así, hasta el punto de que hubiera sido posible para los romanos volver al régimen republicano en cualquier momento. El emperador Claudio, el anterior a Nerón, era un ferviente republicano pero tuvo que aceptar el cargo porque si no, la Guardia Pretoriana lo habría hecho picadillo. En lo que toca a Pontifex Maximus, significaba exactamente lo que parece: Sumo Pontífice, título que heredaron después los Papas católicos. En efecto, al subir al cargo, se convertían en el sacerdote supremo de la religión romana. Pero note el estimado lector, que el título es Pontífice y el adjetivo relativo a él es pontificio. Si hablamos del Papa, debemos decir el Pontífice, pero nunca el pontificio.

Todo este preámbulo se debe a que en fechas recientes el presidente Rajoy mantuvo una audiencia con el Papa. De qué hablaron no tengo ni idea, pero debieron de estar parloteando bastante rato porque la chica que comentaba la noticia soltó: "...ningún jefe de Estado había estado tanto tiempo hablando con el pontificio". Puesto que, como hemos visto, pontificio es adjetivo, no puede ser usado como nombre. Pontificio podría decirse del Estado Vaticano, o de los antiguos Estados Pontificios. Bien, seguimos con la tónica habitual. Malas velas nos alumbran si una periodista, que trabaja con la lengua, confunde un adjetivo con un sustantivo, o utiliza un adjetivo cuando debiera hacerlo con un sustantivo. Así nos va.